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Guiños del origen de mi Sumisión
Cada Sumis@ encuentra en su historia de vida un camino que le lleva a la Sumisión, ese profundo sentir que busca aflorar desde el alma, que es a la vez un tesoro que deseamos compartir con nuestr@ Dominante.
De manera personal creía que mi sentir de sumisión provenía de una necesidad de soltar el poder, la responsabilidad, el control de mi vida cotidiana, es decir, una necesidad traducida a liberación. En una parte así es, sin embargo he encontrado que hay un origen todavía más remoto y ese es encontrar satisfacción en el beneplácito de la persona que considero mi autoridad, persona a la que sin duda, admiro.
Guiños de un origen
Analizando mi intrabiografía, es decir, las emociones que me provocaron hechos/sucesos claves en mi vida, encontré una anécdota que me hizo descubrir un poco del origen de mi esencia sumisa:
Cuando tenía 14 años, anhelaba bailar de manera espectacular mi “vals” de XV años, así que les pedí a mis padres que contratásemos una academia para que los chambelanes bailaran profesionalmente.
De terceros escuche que muchas familias decidían no contratar a chambelanes porque hacían quedar “mal” a las festejadas. Ello no me dio miedo, mi objetivo era un baile espectacular, obviamente estaba decidida a relucir.
Los planes siguieron, se contrató una academia en la que mi instructor/coreógrafo y yo comenzamos a ensayar el vals (uno de los 8 bailes pronosticados).
En mi primera clase no pude evitar sentirme torpe, pues sentía que él iba muy rápido, mi mente no memorizaba del todo la secuencia y mis posturas no eran las mejores. Note su rostro de decepción, lo cual odie con el alma, tanto que llegando a casa me puse a practicar frente al espejo.
A la siguiente clase, repetimos y su rostro fue de completo asombro y satisfacción. Me dijo - ¡estuviste practicando! -, a lo que respondí que sí. A partir de ahí, él fue todavía más rápido, me exigía posturas más perfectas porque daba por hecho que iba a practicar mis imperfecciones en casa.
Un día, me dijo que me integrara a sus clases de Jazz y Zumba porque me darían mayor flexibilidad y movilidad para mis bailes, así que a las 6 o 5 de la tarde, dependiendo el día, ahí estaba.
Las clases las impartía él, su pareja o una chica. Cuando él las impartía eran clases super cansadas, él ya sabía cuáles eran los ejercicios que me mataban, pero como “eran parte de la coreografía”, se colocaba a un lado mío para seguir corrigiendo mis errores.
Los días en que mis practicas o ensayos no eran del todo buenos, en las clases de las tardes (Jazz o Zumba) él las pedía, ponía los ejercicios/rutinas que odiaba, me corregía y me ponía al frente aunque me escondiera entre las personas. Durante la clase veía su rostro en el espejo, él me observaba con una cruel sonrisa y al finalizar la clase, antes de irme me decía – espero que hayas disfrutado la clase, preciosa, hasta mañana-. ¡Joder! Cómo odiaba eso, me recordaba que había hecho algo mal, y aunque de alguna forma “pagaba” mi imperfección, me excitaba su crueldad.
La historia de cómo me enseño a usar zapatillas fue algo parecida, le importaba mucho mi porte, mi equilibrio, mi silencio y elegancia al caminar; en un salón vacío donde solo estábamos él y yo, era un jodido reto lograrlo, de verdad, no me daba reglazos porque no tenía regla, pero no cantaba del todo “victoria”, ya me conocía más, sabía cómo darle a mi ego… él se puso zapatillas, el doble de altas que las mías, camino cumpliendo sus exigencias y me dijo – ¿ves cómo es muy fácil?, así harás la diferencia, o ¿no quieres una fiesta espectacular? -. ¡Jo-der! Pues no me fui hasta que me salió bien.
Debo decir que con o sin chambelanes, él me cuidaba mucho, así como cuidaba todos los detalles y posturas. El día que nos tocó ensayar en el salón yo pise por accidente mi falda del vestido y me caí, él pensó que había sido uno de los chambelanes y él pobre chavo no se la acaba en regaños, pese a que le aclare que había sido mi error.
En muchos sentidos mi instructor/coreógrafo fue duro conmigo, no obstante gracias a él logré el baile que quería y hasta descubrí:
Mi placer en su beneplácito, en su rostro de satisfacción.
Mi aceptación de sus “castigos”, aunque definitivamente los odiaba. (Digo “aceptar” porque sabiendo lo que iba ocurrir en las clases vespertinas, tenía la oportunidad de no ir, pero siempre iba… ¿eso me hace masoquista?)
Mi deseo de ser poseída. Deseaba en el fondo de mi ser, que cada vez que tocaba mi cintura o alguna parte de mis extremidades para corregir mis posturas, me usara sexualmente; además, sentía en el pecho unas ganas de arrodillarme ante él sin razón aparente, añoraba ser de su propiedad.
Yo lo amaba por ser duro conmigo, por instruirme para ser “diferente”, por ayudarme a lograr mi objetivo (un baile espectacular), por cuidarme en cada ensayo, por respetar mi cuerpo. Nunca pasamos a más, él era gay, yo era una colegiala de Secundaria; años después, él falleció.
¿Esta anécdota es BDSM?
La anécdota que les comparto no es formalmente BDSM toda vez que no hubo un acuerdo donde existieran los principios del Sano, Seguro, Consensuado.
Las acciones antes narradas solo me ayudaron a comprender más mis sentires de sumisión, encontrando que mi placer esta en entregarle lo mejor de mi a mi Dominante, quiero decir, servirle impecablemente atendiendo a su guía e instrucción, y desde luego, entregarle mi tesoro de sumisión en mente, cuerpo y alma.
Angehn
Soy una aprendiz de Sexualidad, Afectividad, BDSM, entre otras cosas. He encontrado placer y felicidad en compartir un poco sobre estos temas que por tabús, normas sociales dominantes y otras circunstancias, les reprimimos, ignoramos y/o limitamos. Te invito a disfrutar de mi esencia sumisa simbolizada en Mi sangre BDSM...
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