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Mi Sangre BDSM, ¿Por qué?

abril 07, 2025

Torta Ahogada. Una experiencia BDSM en Guadalajara.

Foto: Srita. Georgette.


TORTA AHOGADA.
UNA EXPERIENCIA BDSM EN GUADALAJARA.

Autoría: Sr. Vicent, Amo de Georgette. 

Esta experiencia es solo una entre muchas que mi sumisa y yo disfrutamos al combinar diversas de nuestras pasiones, las cuales cobrarán vida en este relato.

Hace tiempo que, por diversas razones laborales, tanto mi sumisa como yo hemos tenido poco margen para crear escritos o publicaciones en nuestras redes sociales. Nos hemos mantenido ocupados en nuestras respectivas actividades profesionales y priorizando algo que para nosotros es esencial: nuestras sesiones y experiencias compartidas. Y esta historia que estás a punto de leer es una de ellas.

Todo comenzó una tranquila tarde de domingo, mientras revisaba, irónicamente, una red social. Entre las publicaciones, llamó mi atención un evento anunciado por una comunidad de
Guadalajara: un encuentro fetichista de pies. Aunque quedaba fuera de nuestra zona habitual, no pude evitar sonreír al pensar en los gustos que hemos explorado en nuestra relación. Y
entonces supe que tenía que sorprender a mi pareja.

Sin perder tiempo, marqué al número que aparecía en la publicación. Del otro lado de la línea, me atendió una persona cuya voz transmitía calma, paciencia y una amabilidad inesperada.
Se tomó el tiempo para explicarme con claridad la temática del evento, disipar cualquier duda y detallar el tipo de experiencia que podía esperar.

La confianza que transmitía la persona al otro lado hizo que siguiera sus indicaciones al pie de la letra para realizar la reservación correspondiente. Sabía que este evento merecía la pena. Durante las semanas siguientes, comencé a cuestionar sutilmente a mi pareja sobre sus tiempos y espacios disponibles, ya que, al ocupar un puesto de alta responsabilidad en su
empresa, cualquier aventura como esta debía planificarse con suficiente antelación.

Como dice el dicho: “Cuando te toca, aunque te quites, y cuando no, aunque te pongas”. Y esta situación no pudo haberlo ejemplificado mejor. Los tiempos, las agendas y el destino parecieron alinearse de manera perfecta para permitirnos llevar a cabo ese esperado viaje a Guadalajara.

Finalmente, llegó el día señalado. Nos citamos en mi casa, cenamos, dormimos juntos y nos preparamos para lo que, sin duda, puedo considerar una de las experiencias más intensas y memorables que hemos vivido hasta ahora.

Nos encanta viajar por carretera, y esta ocasión no fue la excepción. Partimos muy temprano, buscando aprovechar cada minuto de nuestra estancia en el estado. El trayecto fue corto, o
al menos así lo sentimos. Nuestra complicidad y nuestras interminables conversaciones hicieron que los kilómetros se acumularan casi sin darnos cuenta, mientras las ideas fluían y la emoción aumentaba con cada curva del camino.

Yo ya había visitado Guadalajara en varias ocasiones, pero sabía que para mi compañera de aventuras era la primera vez. Quería que la ciudad nos diera una bienvenida especial, así que, tras llegar, lo primero que hicimos fue desayunar unos tacos de birria en un lugar emblemático. Con el apetito saciado, pero aún hambrientos de nuevas experiencias, decidimos dar un pequeño recorrido turístico por el centro.

Mientras caminábamos por las calles coloniales, tomamos fotografías en las catedrales, los museos y otros rincones pintorescos. Nos movíamos sin prisa, disfrutando del ambiente, hasta que, casi por casualidad —o quizás por una señal del destino—, nuestros pasos nos llevaron a la esquina de otro de nuestros gustos compartidos: el Museo de la Tortura.

La oportunidad era irresistible. No podíamos dejarla pasar. Entramos, exploramos cada sala y recorrimos con fascinación cada pieza expuesta. A medida que avanzábamos por aquel lugar oscuro y enigmático, la atmósfera se cargaba de una energía intensa y anticipatoria, como si el recorrido fuera un preámbulo de lo que nos aguardaba esa noche. Una chispa latente vibraba entre nosotros, alimentando la complicidad y la expectativa.

Después de finalizar nuestra visita al Museo de la Tortura y tras varias horas recorriendo a pie el primer cuadro de la ciudad, decidimos que era hora de refrescarnos un poco. La llevé entonces a un bar ubicado muy cerca del hotel donde nos hospedaríamos.

Ese lugar ya me había regalado algunas sonrisas y buenos momentos en visitas anteriores, pero compartirlo con mi sumisa fue una experiencia completamente distinta… y mucho más divertida. Allí, entre luces tenues y una atmósfera relajada, nos pedimos un par de cervezas, dejamos que la buena música nos envolviera y comenzamos a charlar.

Durante la conversación, hicimos un repaso de los lugares que habíamos visitado juntos en los últimos meses y nos dimos cuenta de algo curioso: este tiempo compartido no solo nos había unido más, sino que nos había llenado de experiencias inolvidables en distintos estados del país. Cada destino, cada aventura, había dejado su marca en nosotros.

La persona que nos atendió en el bar, simpática y locuaz, compartió algunas anécdotas curiosas y nos dio recomendaciones sobre la vida nocturna de Guadalajara. Siempre es bienvenida la información local cuando eres un viajero explorando nuevos territorios.

El tiempo pasó casi sin darnos cuenta. Entre risas, miradas cómplices y ese juego sutil que mantenemos en cada salida, las horas volaron. Cuando miramos el reloj, nos sorprendimos: ya eran las cuatro. La cita que habíamos estado esperando era a las siete, así que decidimos regresar al hotel para prepararnos.

El hotel, con su estilo rústico y toques de modernidad, resultó ser el escenario perfecto para lo que estaba por venir. Aquel lugar parecía haber sido diseñado para conjugar nuestras ideas, fantasías y fetiches… pero, más importante aún, para que por fin pudiéramos liberarlos.

La expectativa flotaba en el aire. Cada paso hacia nuestra habitación, cada mirada intercambiada, encendía aún más la chispa que habíamos alimentado desde el inicio del viaje. Sabíamos que esa noche prometía ser diferente. Y estábamos listos para descubrir hasta dónde nos llevaría.

Al entrar a la habitación, nos dispusimos a darnos una ducha para prepararnos. Fui el primero en entrar mientras ella organizaba sus cosas. El agua caliente recorría mi cuerpo, relajando los músculos después del largo día, pero lo que realmente hizo que mi temperatura aumentara no fue la ducha… fue ella.

Al salir, justo cuando tomaba una toalla, la vi caminar hacia el baño. Desnuda. Deslumbrante. Con la sutileza de una flor, pero emanando una fuerza arrolladora que me golpeó como un tractor. Mis ojos recorrieron cada línea de su cuerpo, y en ese instante supe que no iba a poder resistirlo. Ni quería hacerlo.

Las imágenes que habían germinado en nuestras mentes durante la visita al museo volvieron con fuerza, y el leve efecto del alcohol no hizo más que alimentar ese deseo latente. No hubo palabras, no fueron necesarias. Nuestras miradas lo dijeron todo.

Nos lanzamos el uno sobre el otro, devorándonos con urgencia, con hambre acumulada. La habitación se llenó del eco de jadeos, respiraciones entrecortadas y el sonido rítmico de cuerpos encontrándose una y otra vez. Recreamos fantasías que habíamos imaginado tiempo atrás, como si estuviéramos protagonizando una escena digna de un premio AVN.

Entre nalgadas que dejaban su marca en su piel, asfixia controlada que la hacía estremecerse de placer, posiciones cargadas de pasión y un sinfín de fantasías cumplidas, el tiempo se desdibujó. Los minutos se convirtieron en horas, y cuando al fin miramos el reloj, nos dimos cuenta de que ya eran las siete. La cita nos esperaba… pero nosotros ya habíamos empezado a escribir nuestra propia historia esa noche.

Nos arreglamos rápidamente. Si bien ya era la hora de llegada, también sabemos que, estando en México, la puntualidad suele ser solo una sugerencia. Salimos de la habitación alrededor de las 7:30, donde un taxi de aplicación ya nos esperaba para llevarnos al lugar indicado en las instrucciones que habíamos recibido previamente.

El trayecto fue corto, pero la anticipación en el ambiente hacía que cada minuto se sintiera eterno. Al llegar, lo primero que vimos fue una puerta negra, un timbre y un auricular que parecían custodiar el acceso. El ingreso era con palabra clave. Sin dudarlo, presioné el timbre y pronuncié la contraseña en voz firme. Apenas pasaron unos segundos antes de que la puerta se abriera y una persona nos diera la bienvenida, seguida de un desglose rápido, pero claro, de las reglas del evento.

Al tratarse de un evento de fetiche de pies, la única norma de vestimenta aplicaba a quienes deseaban sesionar con esta temática: debían llevar los pies descubiertos. Ya con eso en mente, ella sacó las sandalias que habíamos comprado previamente en el centro y se las colocó, dejando al descubierto sus piernas y sus delicados pies, que contrastaban de manera perfecta con la falda que llevaba.

Nos guiaron hacia una escalera y nos indicaron que el evento se desarrollaba en una terraza tipo lounge. Al subir, encontramos un ambiente erótico, cargado de morbo sutil, luces tenues y una coctelería que prometía una noche interesante.

Elegimos un sillón blanco y nos acomodamos. La decoración monocromática, elegante y moderna, recordaba a los mejores antros de la ciudad, creando un espacio sofisticado, pero cargado de sensualidad.

No pasó ni un minuto antes de que el anfitrión se acercara a darnos la bienvenida y nos presentara a uno de sus amigos. Este hombre, además de ser parte del ambiente BDSM, resultó ser, curiosamente, también de la Ciudad de México. Conversamos un rato con él, intercambiando anécdotas y experiencias, antes de que se retirara para atender a otros invitados.

Con la atmósfera cada vez más relajada, pedimos un par de  bebidas y seguimos conversando. La química entre nosotros fluía de manera natural, como siempre, hasta que una pareja se nos acercó. Poco sabíamos en ese momento que ellos serían quienes nos acompañarían durante toda la noche…

La conversación fluía de manera natural. Comenzamos con lo básico: las típicas presentaciones que dicta la norma social. Pero, al estar en un evento diferente, no pasó mucho tiempo antes de que la charla se desviara hacia los fetiches de cada pareja. Mientras hablábamos, le ordené a mi sumisa que pusiera sus pies sobre mis piernas. Ella obedeció sin dudar, y mientras lo hacía, mis manos comenzaron a acariciarla lentamente, con una clara intención provocadora.

No me considero un fetichista de pies, pero debo admitir que los suyos tienen algo que me fascina. Suaves, delicados, y en ese momento adornados por el leve rubor que nacía del roce de mis dedos. Los minutos transcurrieron y, en medio de aquella conversación cada vez más cargada de morbo, apareció un pequeño bolso lleno de juguetes que llevamos con nosotros.

El primer objeto en salir fueron unas esposas, seguidas rápidamente por unas tobilleras diseñadas para restricciones. El ambiente comenzó a transformarse. Ellos no pertenecían al mundo BDSM de manera habitual, pero era evidente que la curiosidad y el deseo los empujaban a explorar ese terreno. Poco a poco, la primera sesión de la noche empezó a tomar forma.

Coloqué las tobilleras en los pies de mi sumisa, y en ese instante noté cómo el aire en la terraza parecía espesarse, cargado de deseo. El ambiente se había vuelto más intenso, más excitante. Entonces, nos preguntaron si podían tocar sus pies. Mi respuesta fue breve, pero firme: “Sí”.

Acto seguido, los pies de ella pasaron a las piernas de nuestra acompañante. Las caricias comenzaron con suavidad, deslizándose sobre su piel, mientras él añadía leves cosquillas que hacían que su cuerpo comenzara a estremecerse.

Lo que empezó como un simple roce se intensificó con el paso de los minutos. Cepillos, plumas y, en ocasiones, los labios de él exploraban sus pies, arrancándole gemidos que se mezclaban con sus risas nerviosas. Su cuerpo se contorsionaba en un intento inútil por escapar de aquella dulce tortura.

Mientras ellos continuaban, yo sujeté con fuerza el collar de propiedad que ella llevaba alrededor del cuello y apreté ligeramente, lo justo para hacerla sentir mi control. Al mismo
tiempo, inmovilicé sus manos y deslicé mis dedos por su torso, axilas y cuello, haciendo que su respiración se volviera errática.
Sus gritos quedaban ahogados por la presión ejercida sobre su collar, y sus súplicas eran cada vez más desesperadas, lo que no hizo más que elevar la temperatura en la terraza. La pareja que nos acompañaba, así como algunos curiosos que se habían acercado a observar, no podían apartar la mirada del espectáculo que se desarrollaba ante ellos.

Los movimientos de mi sumisa, sus jadeos, su manera de retorcerse entre placer y agonía, encendían no solo a la pareja que la acariciaba, sino también a los espectadores, que miraban con morbo y deseo, atrapados en aquella escena cargada de erotismo, poder y entrega absoluta.

Los minutos se acumulaban entre gemidos y risas ahogadas. Tras un largo frenesí, la calma regresó poco a poco. La escena: tres personas exhaustas después de una intensa sesión de cosquillas y, en el centro, mi sumisa, temblorosa, aún sacudida por pequeños espasmos que recorrían su cuerpo.

La conversación fluyó nuevamente entre bromas y preguntas inevitables: ¿Te gustó?, ¿Qué sentiste?... Las palabras iban y venían, cargadas de curiosidad y deseo.

Las horas transcurrían entre charla distendida y comentarios sugerentes sobre mi propiedad. Un par de bebidas aderezaban la velada, hasta que...

Un hombre que había estado observándonos discretamente se acercó a nuestra mesa. Su presencia no me tomó por sorpresa; hacía tiempo que había notado su mirada fija en nosotros.

—Buenas noches, ¿me permiten acompañarles? —preguntó con seguridad.

Respondí con una afirmación breve, pero certera.

Era un hombre de piel clara, oriundo de la zona, no muy alto, vestido completamente de negro y con lentes que ocultaban parte de su expresión. Se sumó sin titubeos a la atmósfera cargada de experiencias de esa noche. Ahora, sin temor a equivocarme, puedo llamarlo lo que realmente era: un fetichista De pies.

No malinterpreten mis palabras. No se trataba de un mero capricho o un interés pasajero. No, él sabía exactamente lo que quería... y su objetivo eran los pies de mi sumisa.

Una vez sentados en la mesa, no pasó mucho tiempo antes de que él revelara sus intenciones.

—¿Puedo acariciar los pies de ella? —preguntó, con esa mezcla de respeto y deseo en la mirada.

La respuesta fue afirmativa, justa y sugerente, lo suficiente para despertar los instintos de todos los presentes. La atmósfera se tensó en segundos, cargada de morbo, expectativa… y ganas.

Lo que comenzó como un leve roce en sus pies, colocados sobre sus rodillas, pronto se transformó en una escena de auténtica tortura sensorial. Su cuerpo cayó, vencido por las cosquillas, sobre las piernas de la chica, quien no dudó un segundo en tomar el control. La sujetó con firmeza, alzando sus brazos por encima de la cabeza y dejando sus costillas completamente expuestas. Fue ahí donde ella y su pareja comenzaron su ataque, entre risas y caricias con intención perversa.

Mientras sus pies eran devorados por el fetichista, que no se cansaba de besarlos, lamerlos y torturarlos con las yemas de sus dedos, la otra pareja exploraba sus zonas más vulnerables: axilas, cuello, abdomen…

Yo, sin perder detalle, jugueteaba con sus muslos. Fue entonces cuando mi mano rozó sus bragas. Para mi sorpresa, estaban empapadas, completamente bañadas en su esencia. El morbo se apoderó de mí, encendiendo algo visceral. Elevé lentamente su falda, dejando al descubierto su humedad ante los ojos de quienes compartían esa mesa.

Mis dedos comenzaron a acariciar su pelvis con un ritmo constante, sincronizado con las cosquillas que seguían generando carcajadas, suspiros y gemidos entrecortados. Su cuerpo se retorcía en un vaivén lleno de contradicción. Su boca exclamaba un “¡alto!” cargado de tensión, pero su cuerpo, húmedo y tembloroso, suplicaba exactamente lo contrario.

Sabía que nuestra palabra de seguridad no había sido pronunciada, así que ignoré sus súplicas verbales y seguí el lenguaje silencioso pero claro de sus bragas mojadas: el deseo había tomado el control.

Entre el forcejeo y una inocencia malintencionada, las manos de la pareja rozaron sus pezones, incrementando su excitación y la de todos los presentes. Ese instante, aparentemente fugaz, marcó de manera indeleble nuestras vidas.

Al final de la sesión, nuestro acompañante fetichista agradeció amablemente y se retiró hacia lo que, para él, era un verdadero buffet de pies. La pareja continuó acompañándonos durante el resto de la noche, que para entonces ya se había convertido en madrugada. La conversación posterior fue breve; el amanecer asomaba por el horizonte y aún teníamos asuntos pendientes en la habitación. Nos despedimos, y ellos nos acompañaron hasta el lobby, donde intercambiamos teléfonos. Ambas parejas, visiblemente emocionadas, buscábamos un nuevo espacio para llevar nuestros gustos a un nivel superior, y nos despedimos a sabiendas de que nos volveríamos a ver.

Lo que sucedió a continuación en nuestra habitación, impulsados por la perversión y el morbo de lo vivido, es preferible no contarlo en este relato, ya que podría constituir evidencia legal. Solo diré  que el Marqués de Sade se habría sentido plenamente satisfecho, y que los moretones en el cuerpo de mi sumisa, junto con la marcada evidencia de sus orificios aún abiertos, son la prueba tácita de un amanecer colmado de excitación. Tal vez lo narre en  otra ocasión, tal vez no, pero mi mente, coleccionista de estos momentos, jamás olvidará que, al despertar de tanta pasión, lo único que pudo exhalar, antes de abandonar tierras jaliscienses, 
fue:

“¡Quiero una torta ahogada!”
sobre mi

Angehn

Soy una aprendiz de Sexualidad, Afectividad, BDSM, entre otras cosas. He encontrado placer y felicidad en compartir un poco sobre estos temas que por tabús, normas sociales dominantes y otras circunstancias, les reprimimos, ignoramos y/o limitamos. Te invito a disfrutar de mi esencia sumisa simbolizada en Mi sangre BDSM...